martes, 27 de noviembre de 2007

Billboard 3

La aparición del rap fue, más que una brisa fresca para el rock, un tubo de oxígeno. Ya no habíaadónde ir, y de hecho la aparición de Oasis así lo demostraba: sólo quedaba revivir, de la mejor forma posible, lo que había sido la música décadas atrás. El rap sería ese lugar donde volver a respirar actitud, espíritu y ritmo, algo que el british pop de principios de los noventa dejó de lado, o distribuyó en dosis amarretas. Y no porque no las quisieran dar, sino porque no les salía: estaban preocupados por cuestiones que la furia no entiende, y la furia se había instalado en varias ciudades norteamericanas después de las políticas neoliberales encabezadas por Reagan que apuntaron a voltear el estado de bienestar. Aunque esa esa estrategia de voltear casi cuarenta años de un estado que dio la mayor onda expansiva del capitalismo en su historia (y, por qué no decirlo, el mayor crecimiento económico que la humanidad conoció en su existencia), apuntó principalmente a los beneficios que los negros tenían de ese estado. Y fueron ellos los que, culturalmente, respondieron a ese ataque. Los primeros. Luego se sumaron los latinos, pero no al mismo nivel. Como en sus orígenes cuando debió recurrir a los negros para existir, ahora tenía que hacerlo para sobrevivir. Una década de ritmo prodigioso, original, sorpresivo. En los primeros años de los 90, el Billboard se ve poblado de hits raperos y hiphoperos que renuevan lo que parecía acabado: un ranking adocenado en el que parecía que entraban los que pagaban. Lo cual demostraba, también, que luego de aquella década prodigiosa, la gente, de tiempo en tiempo, tuvo raptus de lucidez que posibilitaron el surgimiento y posterior expansión de una música que parecía marginal. Por suerte el poder negro existe.

martes, 20 de noviembre de 2007

Billboard 2

Decir que la industria ingresó en el billboard es un error. Lo que aparece es otro tipo de rol. Si bien siempre fue influyente, ahora se presenta decisivo. El problema básico es la escisión que se produce entre el gusto popular y la calidad artística. Ubicar una fecha en que eso se produce es prácticamente imposible. Pero se puede establecer un símbolo: Apocolypse Now. El film de Coppola es de 1979. Un fracaso comercial de envergadura, un fracaso de premios también. El público le da la espalda, la industria también. ¿Quién primero? Difícil. Pero me arriesgo a que primero fue el público. Aún no había llegado el tiempo en que la industria indicara que hacer o dejar de hacer para estar a la moda o ser in. También faltaba para que las masas esperaran que le dijeran qué hacer para poder vivir.
Ese año, además del fin de la década, fue el de la edición de London Calling. London llamó, pero las masas no respondieron. Sí millones de jóvenes, pero no eran la masa de la década del sesenta. En esa, cuando a la salida de Sgt Peppers respondieron todos. Y que no digan que el disco de The Clash no da el piné. Tiene más que suficiente. Porque aunque no se diga, no se piense o no se tenga en cuenta a la hora del análisis, el público también hace al artista, al éxito y la calidad de sus creaciones. Y, mal que nos pese, el público de los sesenta no era el de fin de los setenta. Mientras aquel estaba dispuesto a The Doors, 13Th Floor Elevator, Zeppelin, Floyd, Beatles, Stones y muchas, muchas más cuyos nombres no llegaron a nuestros días, y que gracias a uno o varios de esos locos que Internet se encargó de hacer visible, se los pueden encontrar en www.dtodo1poco.com.
Al año siguiente terminaba su vida Led Zeppelin, la última gran banda, formada, surgida y exitosa según el concepto de gran banda. Quedaban los Stones, claro, pero no surgiría otra. Y no lo haría por falta de público. En la segunda mitad de los ochenta aparecía Guns N' Roses, gran banda también, cuyo parecido con Zeppelin le jugó en contra, pese a que esa fue la apuesta de la industria. En este caso, la industria, algo perdido, apostó al resurgimiento del pasado. Eso no le quita nada de mérito a los Guns, fue una conjunción, de la que tantas veces ocurre, y las que tantas veces se desprecia pensando que sólo se trata de gente que compra y gente que se vende. Para quien quiera reconocer que esta idea primó durante unos buenos años, aproximadamente una década en los que muchos consideran el mal del mundo, sólo basta mirar las películas de fines de los sesenta y principios de los setenta, con las de Coppola a la cabeza. Y para quienes aun así desconfíen, entérense que el concepto que posibilitó la creación de Internet, corresponde, pese a su fin militar, también a esa época.


lunes, 19 de noviembre de 2007

Billboards 1

El billboard de los ochenta, además de ser muy desparejo, con un par de años al principio de la década y un 86-87 de lo mejor, da toda la sensación del ingreso masivo de la industria en el negocio de los rankings. La memoria no es aliada para determinar si en aquellos años, con la Rock & Pop a la cabeza, empezamos a conocer los rankings de distintas especies que había en Estados Unidos, y que, más allá de nuestra voluntad, empezaban a moldear nuestros gustos. Los años post dictadura fueron muy de lo nuestro, de descubrir lo que no nos habían permitido descubrir, y de ver qué hay de nuevo viejo. Pero era mucho para poco tiempo, y además, con eso del compromiso, esa palabra tan entrecortada en el medio, y la defensa de la democracia y no sé qué ocho cuartos, escuchábamos hasta a Teresa Parodi. A río revuelto, ganancia de pescador, se sabe, y a nosotros nos pescaron un montón. Hasta que Charly nos dio permiso para bailar (aún hoy Charly tiene que dar permiso para ciertas cosas, como por ejemplo, para decir: olvídense del rock nacional), entonces abrimos nuestros oídos a Soda Stereo, Prince, algo menos a Madonna, mucho a Talking Heads, del todo a The Cure y The Smiths, aunque eso lo hacían los chicos más cool o que querían serlo, aunque la palabra no existiese. Así que nos pusimos a bailar primero, y a rockear después, en el sentido yanqui del término, aunque siempre tarde, como se acostumbraba en el Tercer Mundo en la era de la Guerra Fría. (Continuará)

lunes, 5 de noviembre de 2007

Billboards

El Billboard de 1980 es un espanto. Con las excepciones de siempre, claro. Un 1979 a todo trapo, con el tiempo, se convirtió en una despedida monumental de la música disco. No duró todo el año, sobre el final se anticipó el 80, como sucede casi siempre:, el final de algo anticipa el inicio de lo que viene, sin definirlo del todo. Me hizo acordar a esa antropóloga de la moda que dijo que siempre, en el final de la era de una prenda (en ese caso ella hablaba del jean), se produce una especie de furor, que no es más que la corroboración de que su reinado llega a su fin.

sábado, 3 de noviembre de 2007

Anoche hubo fiesta en el blues del club local

Fundamentalistas varios podrán descargar su ira contra este post, como ya lo hicieron con algunos anteriores. Como se atreve alguien a usar una frase del gran Carpo para hablar del Opening (no se llama más presentación) del Personal Fest 2007 a manos de Hot Chip, definida como banda electro pop inglesa. La crítica de que eso no es música está refutada por la definición de música: el arte de combinar los sonidos; y tienen guitarra, como Pappo decía que tenían que tener las bandas, fueran o no de rock, y no un par de bandejitas para pinchar discos, cuando no un set pregrabado y después aducir que hacían música.

Acaso en la Argentina sea la primera vez que se da un recital de música electrónica. Que no es del todo electrónica, pero es al género que más se le acerca. Y recital porque ese es su concepto. No se trata de un show, y mucho menos de los megarecitales que convocan multitudes que desde cuaquier lugar pueden seguir los movimientos de los músicos desde pantallas gigante que se acercan cada vez más a la definición de un televisor de plasma o sucedáneo. Y fue fiesta porque la gente, la mayoría usufructuante de la cervez gratis, estaba así, muy cool, como se dirí me parece que más en otra época que en esta, todo muy free y muy te miro y te como pero si no te acercás ya te dejo de mirar, cuando los Hot Chip comenzaron a sonar con su másquinas, teclados y guitarra, la cual se intercambiaban entre dos, igual que las voces. El puto, como lo denominó uno que estaba detrás de mí y que no era uno que estaba con remera de Motorhead y movía las patitas sin poder hacer nada para evitarlo, ponía algunas bases y bailaba, aunque más bailaba que ponía bases. El show-set comenzó bastante tribal, y no pude evitar la asociación con la tribalidad que habían mostrado los Arctic Monkeys. Pero eso ya es un delirio personal (no Fest, ja). Como corresponde a la porteñidad, todo comenzó duro (y no se notaba signos de merca) más allá de eso del free y el cool. Pero al tercer tema una minoría ya no podíamos evitar el movimiento. En la mitad las caras de alegría eran las más: se estaba en una verdadera fiesta, incluso con los grititos que acompañan muchos de los sets de los Dj en las dance (¿en la Creamfield? Nunca estuve en una) cuando el Dj arma el espacio para generar espectativa.

El final se metió en ese espacio en el que la fiesta es felicidad, con Cerati entre los presentes, bailando después de un show de Soda Stereo, tal vez demostrando toda su putez para los que visitaron este blog y dejaron sus opiniones, aunque mejor valdría que recordaran que despuésde otro show de Soda estuvo en el cumpleaños de Charly, acompañándolo desde un segundo lugar, diciendo simplemente que estaba ahí porque lo quería mucho. Apenas unos metros detrás de mí, su presencia me hizo girar tres veces la cabeza para convencerme. A veces me dejo llevar más por los comentarios ajenos, como los que dejaron acá. Y me olvido que fueron mis pedorras ocurrencias las que me llevaron a reconcer (aunque un poco tarde) la grandeza de Soda. Las mismas que unos días después me las confirmaron con la presencia de Cerati bailando a brazos extendidos a modo de planeador un tema maravilloso de los encantadores Hot Chip, los que ofrecieron la fiesta en el club del blues local.