miércoles, 26 de diciembre de 2007

Solari en la Nueva Roma

El rock fue una música imperial por excelencia. No por eso quiere decir que la haya inventado el Imperio, más bien fue él quien se erigió en punta de lanza de una concepción del mundo que no era la del imperio, sino la del capital. Se puede pensar en una evolución artística, y no está mal, pero tampoco lo estaría en pensar en una evolución histórica, y precisar su aparición en el momento en que la idea de Imperio se hace tangible: 1945-1955 puede considerarse tranquilamente una década de expansión estadounidense, sobre todo de su voluntad de expansión, de su voluntad de imperio. Es la respuesta a una necesidad antes que a una circunstancia, no es contracultura, es más bien nueva cultura, la cultura de la nueva modalidad de relacionarse en el mundo.
Su origen es impreciso, aunque no tanto como sus objetivos. Mejor dicho, su objetivo es uno solo: conquistar el mundo. Como la serie animada de los 90, Pinky y Cerebro, desde su origen el rock se despertó cada mañana con la voluntad de dominar el mundo. A diferencia de los dibujitos, lo logró. Lo hizo en poco más de cincuenta años, por ponerle un número, como toda idea necesita. Se valió de lo que fuera para lograrlo. Desde el pop hasta el melódico, desde las músicas folclóricas (la primera de ellas el country) a las baladas más insulsas, melosas y despreciables.
Culturalmente el rock representó la máxima que Marx había inventado para referirse al capitalismo: todo lo sólido se desvanece en el aire. A su paso lo hicieron cientos de culturas musicales, y con ellas, de costumbres, tradiciones, hábitos. Las bases materiales sobre las que se produjo no podían ser otras que las del capitalismo, y no podía ser en otro momento que la sociedad que mejor lo representaba en sus ideales, la norteamericana, hiciera uso de su hegemonía material, para, apenas una década después, hacer abuso. Tanto cabe dentro del rock, que siendo música del sistema se convirtió en contracultura, como en estos días anduvo sosteniendo el Indio Solari. Difícil que surja contracultura de la opulencia consumista que provoca el hastío; el existencialismo no hace falta cuando las condiciones de existencia dan indicios más o menos halagüeños de la que se mantiene materialmente.
Y el rock es grandioso precisamente por eso, no por lo que se le quiso atribuir. Que hoy no sea la música de los jóvenes acaso sea un indicio alentador. Ya no adhieren así nomás a lo de sus hermanos mayores. Pueden ser más idiotas, pero al menos tienen una búsqueda propia, algo que no caracterizó a ninguna generación desde la aparición del rock a la fecha. El mundo ya está conquistado. Y que se sepa, ningún romano quería vivir fuera de Roma. Y a quienes la combatían no los movía el espíritu revolucionario del cambio, sino el no pertenecer a su círculo de privilegio y beneficios. Como los pobres de hoy, y los intelectuales que detrás de ellos lloran su falta de centralismo de ascendente sobre las masas. Y lloran, por sobre todas las cosas, su perfidia, mientras sus artistas salen a perseguir piratas, chivo expiatorio al que se atribuye responsabilidad en el fin de una era, aunque el chivo expiatorio trabaje para que la idea germinal del capitalismo, la del trabajo libre que nos hará libres, permanezca viva. La nueva Roma te cura o te mata. La vieja sólo lo hacía si la jodías.

Miedos

El miedo cunde. Acaso sea el virus mejor diseñado por la naturaleza, y por eso sobrevive y es una de las mejores formas de dominación y obediencia que se ha conocido a lo largo de la civilización, más allá de que, como todos sabemos porque lo aprendimos de Charly, siempre fue tonto (en clara rebeldía con el dicho que decía: el miedo no es tonto). Pero en el cine está funcionando de maravillas. Lo desconocido siempre fue uno de los elementos básicos del miedo, y así lo utilizan geniales películas como The Host (una coreana con un monstruo subacuático, al estilo Godzila) y las dos Exterminio. En una no se sabe dónde está el monstruo, en la otra, el monstruo es es otro (infectado). Lo bueno de las dos que trabajan sobre el miedo más básico, el que provoca susto porque ataca por sorpresa y impide cualquier tipo de conocimiento del victimario, excepto, claro, un fenotipo que permita establecer su peligrosidad a a partir de ciertos rasgos físico. El cine siempre se caracterizó por tratar los temas de su época. Sus ficciones siempre rondaron alrededor de los asuntos humanos. Al igual que otras narrativas, por supuesto. La fascinación de las posibilidades tecnológicas del cine permiten más ciencia ficción que en otros géneros. O al menos una mas cautivante, porque invita a los sentidos a sentir aquello que difícilmente se pueda llega a vivir algún día. En ese sentido, y teniendo en cuenta que el cine es básicamente Hollywood (en el sentido de ser el único en condiciones de generar cambios en la percepción y el sentido de un número significativo de habitantes, y además porque sus formas y sus modos influyen de manera directa en lo modos y formas de lo que se hace en otra partes del mundo), loque se puede esperar es una reacción contra la investigación científica en ciertos productos y enfermedades. La crrítica subrepticia que plantean estos films (hacerla abierta sería algo así como un suicidio comercial) es que la ciencia está tomando caminos incontrolables y que pronto, es su afán -digamos noble- de avance del conocimiento, en combinación con el -digamos vil interés mercantilista- de los laboratorios y empresas de tecnología de punta, redundará en catástrofes contra la especie. La misma que intenta salvar. La inoculación del miedo no es nueva. Pero meter desconfianza sobre la ciencia, que es la que nos trajo hasta aquí (y cuando digo hasta aquí, me refiero, entre otras cosas, a poder postear), no suena muy halagüeño para el futuro inmediato.

lunes, 10 de diciembre de 2007

Egos

El ego de Cerati, ya dicho en Soda, debe ser superior e insoportable como para lograr la trascendencia y acaso la poesía de Spinetta. Lennon fue la idea de juntar las dos cosas, y su palpable e incontestable fracaso. Los Stones la conciencia de los límites y cómo aprovecharse de ellos. Bowie la excitación del glamour y la sofisticación. Ese lugar también es el refugio del libro, que impide estas idioteces, excepto cuando hubo que empezar a hacer presentaciones o venderse como escritor a través del compromiso intelectual, pensador. O sea, pensar libremente, hasta que, como a Wilde, alguien quiera hacerle una pequeña camita. Charly no supo cómo seguir viviendo dando respuesta, y así le fue. Lo de él es sintomático. Ya en 1973 se preguntaba para quién canto yo entonces, y decía que lo hacía para usted, el que atrasa los relojes, el que ya, jamás podrá cambiar, y no se dio cuenta nunca, que su casa se derrumba. Además de enseñarnos a escribir, mal, sin dequeísmo, la letra es conceptualmente equivocada: ¿para qué cantar para alguien que ya no podrá cambiar? ¿Idiota pérdida del tiempo u ínfulas de demiurgo? Algo parecido pasa, muchos años después, con No importa. Si no importa, no importa; no: no me importa a mí, como cierra las estrofas ese tema. Conceptualmente es no importa, precisamente, porque lo dice él. Si no, ¿qué importa que no le importe a él? ¿Nuevamente Dios? Varias generaciones lo pusieron en ese lugar, y él no se pudo correr, pese que hace tiempo se dio cuenta, y no quería seguir viviendo dando respuestas.